El tango va a dejar de ser una cosa de viejos

Roberto Paviotti, rebautizado “Caracol” por un amor imposible de la infancia, explica su particular mirada sobre el género y argumenta por qué cree que Astor Piazzolla “es la gran maldición del tango”.

Roberto Paviotti –”Caracol”, tal como todos lo conocen– tiene una voz de barítono firme y serena, un sobrenombre que ganó por un amor imposible de la infancia, y muchas anécdotas que dan fe de su condición de “tanguero de ley”. Ese espíritu lo hace hablar de “aquellos tiempos” de juventud como si hubieran pasado muchos más de los 51 años que acusa. “Es que duermo muy poco, entre cinco y seis horas, entonces llevo mucha vida acumulada”, explica con humor. Comenzó a ser “Caracol” pretendiendo a una panadera diez años mayor que él, que en el barrio vendía como “novia oficial”. Ella nunca lo supo, y cuando sus amigos la vieron con otro quedó sellada la suerte de Paviotti: baboso, arrastrado y cornudo, “Caracol”.

Hijo de un ferroviario, de chico vivía en La Plata frente a la vías del tren, soñando con ser telegrafista, embelesado por los hilos que mágicamente llevaban y traían datos en su interior. Los tangos que cantaba en las reuniones familiares le impusieron un destino diferente: A los seis años, el padre lo llevó “de prepo” a estudiar vocalización en el mítico instituto Beirot de La Plata, dirigido por Fermín Valentín Favero, el padre de Alberto. “Nunca fui un buen alumno, pero finalmente me recibí de profesor de teoría y solfeo, creo que fue porque el viejo me quería mucho”, cuenta ahora. Allí empezó a cantar en la orquesta infantil de Favero, y a los siete años integró el elenco estable de Radio Belgrano, apadrinado artísticamente por Fidel Pintos. “Recuerdo perfectamente cómo lo conocí: Estaba en un pasillo de la radio y, como tenía una uña encarnada, no quería cantar. Es que yo era un borrego caprichoso, tenía a toda la familia atrás, en el barrio era el pibe que salía en el diario y en la radio. Cuando entró Fidel Pintos preguntó: ‘Qué le pasa a este chico?’. Me mostró que él también tenía un apósito en el tabique de la nariz y me llevó a pasear por Canal 7, que en esa época estaba junto al auditorio de radio Belgrano. Nos sacaron unas fotos para una revista de aquel entonces, Radiofilm, y él les dijo: ‘cuidado con este chico, que a partir de ahora es mi ahijado’. Era un tipo muy generoso”, recuerda Paviotti. Después vinieron las giras con Oscar Casco y, mucho más tarde, una carrera solista que lo llevó por todo el mundo y que en algún momento estuvo a punto de abandonar.

Ahora, Caracol no tiene que disfrazarse más de tanguero: “de chico andaba siempre con el uniforme horrible de trajecito, moño, gomina y jopo. Pensar que hay que vestirse así para poder cantar tango es una payasada”, dice en la entrevista con Página/12. A fines del año pasado grabó su tercer disco, Mucho más que dos, en el que comparte cada tema con un músico o compositor con el que guarda una relación especial: Tato Finocchi, Oscar Alem, Roberto Calvo, Walter Ríos, Alberto Favero y Chico Novarro, entre otros. Hoy mostrará parte de ese trabajo en el espectáculo “A la medianoche con Caracol”, en Clásica y Moderna (Callao al 800).

–¿Cómo encuentra la forma de “decir” cada tango?
–Es difícil, porque muchas veces con las sucesivas grabaciones se pierde lo que el autor quería decir. En la partitura de “El último organito”, por ejemplo, Homero Manzi escribió en la parte de arriba: “Si alguien conoce la melodía, por favor, que lo cante bajito”. Porque los cantores de tango de la época cantaban fuerte, como gritando. Ahí sentí que, habiéndose muerto joven, no se quedó conforme con lo que había escuchado, y humildemente lo incluí en mi repertorio teniendo en mente ese deseo suyo. Hay un vals de él, “Gotas de lluvia”, que es para susurrar, porque es un tema muy dulce, de amor. En aquel entonces lo cantaban dos tipos –tampoco entendí nunca cómo se puede cantar el tango de a dos, me da la sensación de que uno canta y el otro hace burla– con una orquesta a todo vapor, marcando el tiempo rápido, a los gritos. Salían por la televisión, se miraban, se cantaban entre ellos, se escupían todos, unacosa horrible. La televisión contribuyó a deformar el tango, a imponerle códigos que le son ajenos, como que todos los temas tengan que terminar arriba. Por eso yo siempre investigo mucho antes de incorporar un tema a mi repertorio.

–¿Cómo realiza esa investigación?
–Trato de llegar siempre a las partituras originales. Si no lo puedo hacer busco en libros, pero ahí ya no confío del todo porque a veces vienen mal. Puede variar una palabra y eso le cambia todo el sentido al tango. También escucho diferentes grabaciones, sabiendo que tampoco se puede ir ahí ciegamente. Al tango “Trenzas”, de Homero Expósito, por ejemplo, yo lo había escuchado por Rivero y él decía “trenzas de sabor a mate amargo”. Yo me preguntaba, a quién se le ocurre chupar una trenza? Y resulta que es “trenzas de color del mate amargo”. O “Melodía de arrabal”, yo no lo entendía, fui a la partitura y descubrí que decía “Rosa, la milonguita, era rubia Margot, y en la primer cita la paica Rita...”, pero toda la vida lo había escuchado todo junto y parecía que el tipo se quedaba hablando de la mina anterior y le decía “paicarrita...”.

–¿Cómo ve el panorama del tango actual? Muchos dicen que después de Piazzolla el género se detuvo.
–Piazzolla es la gran maldición del tango, porque después de él es muy difícil despegarse, lo suyo fue tan grande que va a seguir influyendo por años. En su momento los tangueros lo odiaban, nunca me voy a olvidar cómo lo silbaban cuando ganó con “Balada para un loco”, estaba con Amelita Baltar y yo pensaba, qué ovarios que tiene esta mina para bancarse esto. Y ahora tienen que reconocer que fue el último renovador del tango.

–¿Eso habla mal de la gente que siguió después de él?
–No, porque hay tipos muy valiosos, como Rodolfo Mederos, Tato Finocchi y tantos otros, que lo van a llevar adelante. Yo confío en que el tango va a dejar de ser una cosa de viejos. A los chicos les cuesta entenderlo porque están acostumbrados a las letras directas, sin mediaciones, y el tango tiene muchas metáforas. Y también hay un código que se perdió. El otro día mi hijo Lautaro, de 15 años, me preguntó: “¿Por qué este tango dice ‘aquella con su olvido hoy me ha abierto una gotera?’ Y le digo, ‘pero cómo, ¿nunca oíste decir esta mina me hizo un agujero en la cabeza?’. Y no, se ve que no, ahora dicen otras cosas, por lo visto.

Por Karina Micheletto para Página/12 © 2007

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